lunes, 30 de mayo de 2016

Amoris laetitia

Primeras Reflexiones acerca de un documento catastrófico — Amoris laetitia

Tomado de http://www.cfnews.org/page88/files/7d8edade9700c31473df93d12f2c34dc-566.html
Traducido del inglés por Roberto Hope

Excelente, concisa y amplia respuesta del Profesor Roberto de Mattei publicada por Rorate Caeli.

Que conste que yo he leído todos los documentos que condujeron a los sínodos de 2014 y de 2015 así como la Exhortación Amoris laetitia de Francisco — por farragosos y tediosos que hayan sido. El comentario de De Mattei va al grano. - J. Vennari

La Exhortación Post Sinodal Amoris laetitia: Reflexiones iniciales acerca de un documento catastrófico

Por Roberto de Mattei

Con la Exhortación Apostólica Amoris laetitia publicada el 8 de Abril [de 2016], el Papa Francisco ha dado oficialmente su opinión sobre cuestiones morales maritales que llevan discutiéndose ya dos años.

En el Consistorio del 20 y 21 de febrero de 2014, Francisco había confiado al Cardenal Kasper la tarea de introducir el debate sobre este tema. La tesis del Cardenal Kasper, según la cual la Iglesia debe cambiar su praxis matrimonial, conformaba el leitmotiv de los dos Sínodos de la Familia, del 2014 y del 2015, y ahora constituye la base de la Exhortación del Papa Francisco.

En el curso de estos dos años, ilustres cardenales, obispos, teólogos y filósofos han participado en el debate para demostrar que debe haber una íntima coherencia entre la doctrina de la iglesia y su praxis. De hecho, el cuidado pastoral debe basarse en la doctrina dogmática y moral. “¡No puede haber cuidado pastoral que esté en disonancia con las verdades y la moral de la Iglesia, que contraste con sus leyes y no esté orientado a alcanzar el ideal de la vida cristiana!” reveló el Cardenal Velasio De Paolis, en su discurso de apertura del Tribunal Eclesiástico de Umbria el 27 de marzo de 2014.

En las semanas que precedieron a la Exhortación post-sinodal se intensificaron las intervenciones de cardenales y obispos dirigidas al Papa, con el objetivo de evitar la promulgación de un documento repleto de errores, revelado por el gran número de enmiendas que la Congregación para la Doctrina de la Fe le hizo al borrador original. Francisco no se arredró y parece haberle encargado la corrección final de la Exhortación, o por lo menos algunos de sus pasajes clave, a alguno de sus teólogos de confianza, quienes trataron de re-interpretar a Santo Tomás a la luz de la dialéctica hegeliana.

De esto ha emergido un texto que no es ambiguo, sino claro — en su vaguedad. La teología de la praxis de hecho excluye toda afirmación doctrinal, dejando a la historia la conformación de los actos y de la conducta humana. Para esto, como lo afirma Francisco, “es comprensible” en la cuestión crucial de los divorciados y vueltos a casar, “que ni el Sínodo ni esta Exhortación podía esperarse que diera un nuevo conjunto de reglas generales, de naturaleza canónica y aplicable a todos los casos” (N° 300). Si estuviéramos convencidos de que los cristianos, en su conducta, no necesitan conformarse a principios absolutos, sino escuchar “los signos de los tiempos” sería contradictorio formular reglas de cualquier clase.

Todos estaban esperando la respuesta a una cuestión básica: ¿pueden aquéllos que, después de un primer matrimonio, se han vuelto a casar por lo civil, recibir el Sacramento de la Eucaristía? La Iglesia siempre ha respondido a esta pregunta con un no categórico. Los divorciados y vueltos a casar no pueden recibir la comunión porque su condición de vida contradice objetivamente la verdad natural y cristiana sobre el matrimonio (“la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía”. Familiaris Consortio 84)

La respuesta de la Exhortación post-sinodal es, en cambio, sobre la línea general de — no, pero “en ciertos casos” — sí (N° 305 y nota al calce 351). Los divorciados y vueltos a casar — dice la Exhortación —  de hecho deben ser “integrados” no excluidos (299). Su integración “puede expresarse en distintos servicios eclesiales, lo que necesariamente requiere discernir cuáles de las diversas formas de exclusión que se practican actualmente en el marco litúrgico, pastoral, educacional e institucional, pueden superarse” (N° 299) sin excluir la disciplina sacramental (N° 399).

Lo que es obvio es esto: la prohibición para los divorciados y vueltos a casar de recibir la comunión ya deja de ser absoluta. El Papa no autoriza, como regla general, la comunión para los divorciados, pero tampoco la prohíbe.

En una entrevista con Il Foglio del 15 de marzo de 2014, el Cardenal Caffarra enfatizó, en contra de Kasper: “Aquí se está tocando la doctrina. Inevitablemente. Puede decirse que no es así, pero, al contrario, así es. Se introduce una práctica que, a largo plazo, determinará, no sólo para los cristianos, esta idea: no hay matrimonio que sea absolutamente indisoluble. Y esto, sin duda, va en contra de la voluntad de Dios. Absolutamente no hay duda de eso.” 

Para la teología de la praxis, las reglas no cuentan, sólo los casos concretos. Y lo que no es posible en lo abstracto es posible en lo concreto. Sin embargo, como bien lo observó el Cardenal Burke: “Si la Iglesia permitiera la recepción de los sacramentos (aunque fuera en un solo caso) a una persona que se halla en una unión irregular, significaría que, o el matrimonio no es indisoluble y por lo tanto la persona no está viviendo en un estado de adulterio, o la Sagrada Comunión no es comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo que, por el contrario, requiere la disposición correcta, o sea la contrición por el pecado grave y una firma resolución de no más pecar.” (Entrevista con Alessandro Gnocchi, Il Foglio 14 de octubre de 2014).

Además, la excepción está destinada a convertirse en la regla, ya que los criterios para recibir la comunión se dejan en Amoris laetitia al “discernimiento personal” de los individuos. Este discernimiento tiene lugar mediante una “conversación con el sacerdote, en el fuero interno” (N° 300) “caso por caso”. Sin embargo ¿qué pastores de almas se atreverán a prohibir la recepción de la Eucaristía, si según el documento “el Evangelio mismo nos pide no juzgar ni condenar" (N° 308) y si es necesario “integrar a todos” (N° 297) y “[apreciar] los elementos constructivos en aquellas situaciones que aún no, o ya no, corresponden con las enseñanzas [de la Iglesia] sobre el matrimonio” (N° 292)?

Los pastores que deseen referirse a los mandamientos de la Iglesia no se arriesgarían a actuar — según la Exhortación — "como árbitros de la gracia sino como facilitadores” (N° 310). “Por esta razón, un pastor no puede sentir que basta simplemente con aplicar las leyes morales a aquéllos que viven en situaciones “irregulares”, como si fueran piedras que lanzar a las vidas de la gente. Esto indicaría el corazón cerrado de alguien que se esconde tras las enseñanzas de la Iglesia, sentándose en la silla de Moisés y juzgando, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.”

Este lenguaje sin precedentes, más duro que la dureza del corazón que reprocha a “los árbitros de la gracia” es el rasgo distintivo de Amoris laetitia, que no coincidentalmente, el Cardenal Schoenborn definió como un “evento lingüístico” en una conferencia de prensa del 8 de abril. “Mi gran alegría por este documento” dijo el Cardenal vienés, radica en el hecho de que “coherentemente va más allá de una división artificial, exterior, nítida entre regular e irregular”. El lenguaje, como siempre, expresa contenido. Las situaciones que la Exhortación post-sinodal define como “las así llamadas irregulares” son aquéllas de adulterio público y cohabitación extramarital. Para Amoris laetitia, "cumplen el ideal del matrimonio cristiano aun haciéndolo de una manera parcial y análoga” (N° 292). “En virtud de formas de condicionamiento y factores mitigantes, es posible que en una situación objetiva de pecado — que pudiera no ser subjetivamente culpable o no enteramente culpable — una persona puede estar viviendo en la gracia de Dios, puede amar y puede también crecer en la vida de la gracia y de la caridad, recibiendo la ayuda de la Iglesia hacia este fin (N° 305).”en ciertos casos, esto puede incluir la ayuda de los sacramentos” (Nota 351)

Según a moral católica, las circunstancias, que comprenden un contexto en el cual se lleva a cabo una acción, no pueden modificar la naturaleza moral de los actos, haciendo de esa manera recta y justa una acción intrínsecamente mala. La doctrina de la moral absoluta y del intrincese malum es neutralizada por Amoris laetitia, que está conformada por la “nueva moral” condenada por Pío XII en múltiples documentos y por Juan Pablo II en Veritatis splendor. La ética situacional permite que las circunstancias y, en último análisis, la conciencia subjetiva del hombre, determinen lo que es bueno y lo que es malo; la unión sexual extramarital no la considera intrínsecamente mala, sino que, en cuanto a que es un acto de amor, es evaluable de acuerdo con las circunstancias. Más generalmente, para la ética situacional el mal no existe en sí mismo, al igual que el pecado mortal no existe. El equiparamiento de la gente que vive en estado de gracia (las situaciones regulares) y la que vive en situación de pecado permanente (situaciones irregulares) no es solo lingüística: parece haberse sometido a la teoría luterana de simul iustus et peccator, condenada por el decreto de justificación del Concilio de Trento (Denziguer-H, Nos 1551-1583).

La Exhortación post-sinodal es mucho peor que el reporte del Cardenal Kasper, contra el cual justamente se han dirigido muchas críticas en libros, artículos y entrevistas. El Cardenal Kasper había planteado algunas preguntas; la Exhortación Amoris laetitia ofrece una respuesta: abran la puerta a los divorciados y vueltos a casar, canonicen la ética situacional e inicien un proceso de normalización de toda cohabitación de hecho.

Considerando que el nuevo documento pertenece al Magisterio ordinario no infalible, es de esperarse que sea objeto de una crítica analítica y profunda por teólogos y pastores de la Iglesia, bajo ninguna ilusión de aplicarle “la hermenéutica de la continuidad”.

Si el texto es catastrófico, aún más catastrófico es el hecho de que haya sido firmado por el Vicario de Cristo. A pesar de eso, para aquéllos que aman a Cristo y a su Iglesia, ésta es una buena razón para hablar y no quedarse callados. Por lo tanto, hagamos nuestras las valientes palabras del obispo Atanasio Schneider:

“Non possumus” no aceptaré un discurso ofuscado ni una puerta trasera hábilmente disfrazada para dejar pasar una profanación de los sacramentos del matrimonio y de la eucaristía. Asímismo, no aceptaré una burla al sexto mandamiento de la Ley de Dios. Prefiero ser ridiculizado y perseguido antes que aceptar textos ambiguos y métodos insinceros. Prefiero la cristalina “imagen de Cristo Verdad, y no la imagen de la zorra engalanada con piedras preciosas” (San Ireneo), pues yo sé a quién le he creido”,Scio, Cui credidi” (2 Tim 1: 12)

domingo, 15 de mayo de 2016

Pondera bien.

Pondera bien.

Por Tomás Moro
Traducido dei Inglés por Roberto Hope
Pondera bien que, de noche y de día
Cuando en afán de procurar y ahitar
Nuestro solaz, deleite y diversión,
Dulce melodía o exquisito manjar,
La muerte avanza muda, sagaz, con discreción
Está a la mano, nos soprenderá a todos,
Quién sabe cuándo, dónde o de qué modo.

Cuando las tentaciones arrisquen de tu alma la muerte
Piensa en Su pasión y Su amargo dolor,
Piensa en Su angustia mortal en la Cruz
En la sangre de Cristo que Sus venas manan
Piensa en Su corazón, todo partido en dos
Piensa que todo esto fue por tu redención
No se pierda aquéllo que Él a tal precio adquirió.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Ten recommendations to survive a calamitous Pope

Ten recommendations to survive a calamitous Pope

By Francisco José Soler Gil
Taken from http://info-caotica.blogspot.mx/2014/11/diez-consejos-para-sobrevivir-un-papa.html
Translated from the Spanish by Roberto Hope

Oh, but... can a Catholic think a Pope can be calamitous? Yes, of course. But should not a good Catholic believe that it is the Holy Spirit who acts behind a Pope's election? Evidently not. Maybe to that effect, it will suffice to remember the answer given to his questioner, professor August Everding, by the then Cardinal Ratzinger in a famous interview granted in 1997. Professor Everding had asked the cardinal if he really believed that the Holy Spirit intervenes in the election of the Pope. Ratzinger's answer was simple and clarifying, as usual: «I would say no in the sense that the Holy Spirit should decide in each and every case since there are too many proofs against this contention; there are too many [Popes] regarding whom it is totally evident that the Holy Spirit could not have elected them. But that He, in the long run, does not let things get out of hand; that, to put it this way, He gives us a long rope, as a good educator, allows us plenty of freedom, but He does not let it rip entirely. To this, I would say yes. Hence we should understand this in a much wider sense, and not that He says: You have to vote for this candidate. But possibly allows only that which does not entirely destroy the whole thing».

Now although a Catholic takes for granted that no Pope can end up destroying the entire Church, history shows us that in the matter of pontiffs there have been of all kinds: good, regular, bad, solemnly bad and calamitous.

When can we say a Pope is calamitous? Of course for that, it is not enough that the Pope should hold false opinions on this or that topic. A Pope, as any other man, must necessarily be ignorant of many subjects and hold erroneous convictions on just as many topics. Hence, it may happen that a Pope bent on talking about a stamp or coin collections, may hold crass errors on the value or dating of certain stamps or coins. Expressing opinions on matters other than his field of competence, a Pope is more likely than not to err. Just like you or I, dear reader. Hence, if a Pope should show a certain propensity to make public his opinions on the art of pigeon training, ecology, economy or astronomy, the Catholic specialist on such subject matters should do well to patiently endure the senseless occurrences of the Roman pontiff on subjects which evidently are foreign to his dignity. The specialist may, of course, lament the possible errors, and more generally, the lack of prudence which some declarations may manifest. But an imprudent or loquacious Pope is not for that matter a calamitous Pope.

It is or it may be, on the contrary, the one who with words or deeds causes damage to the Church's legacy of faith, temporarily obscuring aspects of God's image or of man's image that the Church has the duty to guard, transmit and deepen.

¿But can such a case happen? Well, it has happened many times indeed in the history of the Church. When Pope Liberius (fourth century) ― the first Pope not to be canonized ― yielding to strong Arian pressures, accepted an ambiguous position with respect to this heresy, leaving the defenders of the Trinitarian dogma, such as Saint Athanasius, in the lurch; when Pope Anastasius II (fifth century) flirted with the holders of the Acacian schism; when Pope John XXII (fourteenth century) taught that the just's access to God does not occur until the Last Judgment; when the Popes of the period known as the «Great Western Schism» (fourteenth and fifteenth centuries) used to excommunicate each other; when Pope Leo X (sixteenth century) not only did intend to finance his luxuries from the sale of indulgences but also to defend theoretically his power to do so, and so forth and so on, a part of the legacy of faith was obscured for a greater or lesser period of time for their deeds or omissions, generating in this manner moments of enormous internal tension in the Church. The Popes responsible for such situations can properly be called «calamitous».

The question is, then, what can be done in times of a calamitous Pope? What attitude is convenient to adopt in such times? Well, since publishing lists of tips to attain happiness, to control cholesterol, to become more positive, to stop smoking and to get slim are now in vogue, I will allow myself to propose my readers a series of tips to survive a calamitous Pope without ceasing to be Catholic. Needless to say, it is not an exhaustive list, but it may nevertheless turn out to be useful. Let us begin:

(1) Keep calm:

In moments of anxiety, hysteria is very human, but it does not help resolve anything. Composure, then, as only in tranquility can one make decisions that are convenient in each case, and avoid utterances and actions which one may have to regret afterward.

(2) Read good books on the history of the Church or the history of the papacy.

Accustomed to a series of great Popes, living during a calamitous Pope may become traumatic if one does not get to put it in context. To read good treatises on the history of the Church and the history of the papacy helps to better evaluate the present situation. Above all, because these books show us other cases ― numerous unfortunately for such is the way of human nature ― in which the waters of the Roman fountain came out murky. The Church suffers such infirmities but does not sink because of them. That is how it has happened in the past, and we expect to happen again in the present and in the future.

(3) Not let be carried out by apocalyptic discourse

Suffering the ravages of a calamitous pontificate, some people tend to take them as signs of the imminent end of times. This is an idea that emerges always in such circumstances: apocalyptic texts motivated by similar evils can be read in medieval authors. But that fact precisely should serve us as a warning. There is no great sense in interpreting each storm as though it were already the final tribulation. The end of times will come when it has to come and it is not for us to inquire neither the date nor the hour. Ours is to fight the battle of our time, but the global view belongs to Other.

(4) Not keep silent nor look the other way.

During a calamitous pontificate, the defect contrary to adopting the attitude of apocalyptic prophet consists of minimizing the events, keeping silent before the abuses and looking the other way. Some justify this attitude recalling the image of the good sons who covered Noah's nakedness. But what is certain is that there is no way of correcting the course of a ship if the stray is not decried. In addition, Scripture has for that situation an example which is more appropriate than Noah's: the strong but just reproaches of Apostle Paul to Pontiff Peter, when the latter let himself be carried by human respect. This scene from the Acts of the Apostles is there for us to learn to distinguish loyalty from the complicity of silence. The Church is not a party in which the president always has to receive unconditional applause. Nor is it a sect in which the leader must be acclaimed in all cases. The Pope is not the leader of a sect, but a servant of the Gospel and of the Church; a free and human servant, who, as such may on occasion adopt reprehensible attitudes or decisions. And reprehensible attitudes and decisions must be reprehended.

(5) Do not generalize

The bad example (of cowardice, of careerism, etc.) of some of the bishops or cardinals during a calamitous pontificate should not lead us to disqualify in general all bishops or cardinals, or clergy as a whole. Each one is responsible for his own words, acts, and omissions. But the hierarchical structure of the Church was instituted by her Founder, for which reason, in spite of all criticism, it should be respected. Nor should the protest against a calamitous Pope be extended to all of his utterances and actions. Only those in which he deviates from the millennial doctrine of the Church, or those in which he sets a course which may compromise aspects thereof. And the judgment on these questions should not be based on particular occurrences, opinions or tastes. The teaching of the Church is summarized in her Catechism. On that where a Pope deviates from the Catechism, he should be reprehended, On the rest, not.

(6) Do not collaborate with initiatives that give greater glory to the calamitous pontiff.

If a calamitous Pope were to ask for help to carry out good works, he must be listened to. But other initiatives, such as multitudinous gatherings to make him appear as a popular pontiff should be ignored. In the case of a calamitous Pope, acclamation is uncalled for, since based on it, he could feel supported to deviate the barque of Peter still further. It is not valid to argue that the applause is not for the particular pontiff but for Peter, as the consequence of such applause will be taken advantage of not by Peter but by the calamitous pontiff for his own particular ends.

(7) Do not follow the Pope in what departs from the legacy of the Church.

Should a Pope teach doctrines or try to impose practices that do not correspond with the perennial teaching of the Church, synthesized in the Catechism, he should not be supported or obeyed in his attempt. This means, for instance, that priests and bishops have the obligation to insist on the traditional doctrine and practice, rooted in the deposit of faith, even at the expense of exposing themselves to punishment. Likewise, laypeople should insist on teaching the traditional doctrine and practices in their area of influence. In no case, whether on account of blind obedience or for fear of reprisal, would it be acceptable to contribute to the spreading of heterodoxy or heteropraxis.

(8) Do not support collaborationist dioceses economically.

If a Pope were to teach doctrines or try to impose practices that do not correspond with the perennial teaching of the Church, synthesized in the Catechism, pastors of the dioceses should serve as retaining walls. But history shows that bishops do not always react with enough energy in the face of these threats. Even worse, they sometimes support, for whatever motives, the intentions of the calamitous pontiff. The lay Christian who resides in a diocese ruled by such a pastor should withdraw all economic support to his local church while the situation persists. Of course, this does not apply to assistance directed to works of charity, but it does to all other economic support. And this also applies to any other type of collaboration with the diocese, for instance, voluntary work or holding institutional office.

(9) Do not support any schism.

In the face of a calamitous Pope, the temptation for a radical rupture may arise. This temptation should be resisted. A Catholic has the duty to lessen the negative effects of a bad pontificate within the Church, but without tearing the Church apart or breaking away from the Church. This means, for instance, that if his resistance to adopt given theses or given practices should bring the penalty of ex-communication on him, he should not for that reason advocate a new schism or support one of the existing ones. It is necessary to maintain oneself Catholic under all circumstances.

(10) Pray

The Church´s permanence and salvation do not ultimately depend on us, but on Him who wanted it and founded it for our benefit. At times of anxiety, it is necessary to pray, pray, pray, for the Master to wake up and calm the storm. This advice has been placed last on the list, not because it is the least, but because it is the most important of all. Since in the end, everything reduces to our really believing that the Church is supported by a God who loves her and that will not let her be destroyed. Let us pray, then, for the conversion of nefarious pontiffs, and for any calamitous pontificate to be followed by others of restoration and peace. Many dry branches will have been torn away in the storm, but those which have remained bound to Christ will again flourish. May this last be also said of ourselves.