lunes, 24 de agosto de 2015

Causas de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos

Causas de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos

Reseña del libro The Conflict Between the North and the South por Adam Miller

Escrita por  Eleonore Villarrubia


Tomado de: catholicism.org/the-conflict-between-the-north-and-the-south-a-book-review.html del 29 de abril de 2015
Traducido del inglés por Roberto Hope

Primer tomo  – El Norte y el Sur y la Secesión: ¿Cuál de las dos partes tenía la razón? Un examen de Causa y Derecho.

Adam Miller es un hombre valiente por la manera como trata este delicado asunto – la Guerra Civil Norteamericana, o (mejor dicho) la Guerra entre los Estados, o (como él prefiere llamarla) la Guerra de Agresión del Norte. Como él lo explica, no puede llamarse propiamente una guerra “civil”, porque no lo fue.  Una guerra civil ocurre cuando uno de los contendientes trata de derrocar el gobierno en turno y tomarlo para sí.  En los Estados Unidos en 1981, los estados sureños no trataron de derrocar al gobierno radicado en Washington. De hecho, el Sur no quería tener nada que ver con ese gobierno por razones que la mayoría de los americanos de hoy en día no comprende. ¿Por qué no lo comprende? Bueno, como dice el dicho “la historia la escribe el vencedor” y eso es ciertamente lo que ha pasado en este caso.

En su primero de cuatro tomos (tres de los cuales han sido terminados), el Sr. Miller trata de las diferencias entre las dos secciones del país, las causas de insatisfacción de los estados sureños con sus vecinos norteños, la cuestión de la secesión y, por supuesto, toca el punto de lo que la mayoría de los americanos de hoy en día creen que fue la causa de la guerra, el de la esclavitud. Según el análisis del Sr. Miller, no están en lo correcto, y este primer tomo explica brevemente por qué.

Desde una perspectiva tradicional católica, el Sr. Miller señala que había grandes diferencias entre las culturas y las sociedades del norte y del sur. Aunque no específicamente católica, la sociedad sureña era jerárquica, con una elite educada como clase gobernante. Ésta era por cierto la manera como Thomas Jefferson veía que la sociedad debiera estructurarse. Él era de Virginia, un hombre brillante y altamente educado que sabía que — por mucho que se hablara de democracia e igualdad — los hombres en realidad no son creados iguales. Cierto que ante la ley, su trato debería ser igual, pero no todos los hombres son hechos por Dios con la capacidad de gobernar a otros o de dirigirlos en universidades o en granjas o en los negocios. El liderazgo pertenecía a los pocos a quienes Dios les daba tales talentos.  El Sr. Miller dice del Sur que fue la última sociedad sobre la tierra que se asemejaba a aquélla época en la historia que llamamos la Cristiandad, cuando toda la vida europea estaba construida sobre conceptos jerárquicos.

Los estados del norte, por el contrario, abrazaban la filosofía de la Ilustración, en tanto que rechazaban el principio jerárquico de que toda autoridad viene de Dios. El poder de gobernar venía del pueblo — o por lo menos así lo creían aquellos revolucionarios que deseaban liberarse del gobierno del rey de Inglaterra. Muchos de los primeros pensadores americanos abrazaron las ideas de la francmasonería europea — liberarse del Altar y del Trono. (O sea, deseaban derrocar a los reyes y a la Iglesia.)

Una manera simple de exponer el asunto es que la lucha era entre una región agraria, más religiosa y más orientada hacia la familia — el Sur, y una región que era más industrial y más secular, dominada por el racionalismo y el escepticismo — el Norte. La cuestión, naturalmente es mucho más compleja que esta afirmación tan simple, pero el hecho es que las dos regiones del país no podían ser más diferentes. De hecho, Thomas Jefferson sostenía la firme creencia de que, conforme la nación se expandiera hacia el oeste, las diferencias se harían tan grandes entre las varias regiones del país, que no habría otra opción que la de separarse en naciones distintas, quizás hasta cuatro, debido a las disparidades en filosofía, necesidades, cultura y recursos.

La causa real del desacuerdo era económica. El Sur ha sido pintado por los escritores y comentaristas más conocidos como pobre y retrógrada. Esta es una descripción falsa e injusta.  Había mucha riqueza en la región sur del país, con sus fértiles tierras de cultivo y su clima templado. El algodón era el principal cultivo generador de riqueza, pero había otros, entre ellos el tabaco y los productos alimenticios. El Sr. Miller señala que, si el Sur hubiera sido una nación distinta en 1860, su economía habría sido la tercera más grande de los continentes europeo y americano.

Debido a que el Sur era una sociedad agraria, la mayor parte de los bienes manufacturados tenían que ser importados. Los agricultores sureños eran hábiles hombres de negocios, buscaban fabricantes que pudieran darles el mejor precio por su algodón.  Sucedía que éstos estaban en los países del occidente de Europa — no en el norte de los Estados Unidos. Además, la ropa manufacturada en las fábricas del norte costaba mucho más que la que se hacía en fábricas europeas. Era ciertamente más barato embarcar el algodón a Europa y comprar la ropa que allá se fabricaba, que enviarla a las fábricas del Norte y comprarles sus productos. Los banqueros y manufactureros del norte resentían el hecho de que no estaban obteniendo ganancias del algodón que se cultivaba en los estados del sur ¿cuál fue entonces su solución? El Congreso, dominado por intereses del Norte, promulgó altas tarifas sobre los bienes importados, subiendo así el precio de la ropa hecha con algodón sureño.

Estas injustas tarifas tuvieron efectos negativos serios en la economía sureña y al mismo tiempo beneficiaban al gobierno federal que, a su vez, repartía las ganancias a los banqueros del norte. Las tarifas se hicieron cada vez más altas entre 1822 y 1860.  En 1828, cuando se promulgó la “Tariff of Abominations”, Carolina del Sur amenazó con salirse de la Unión. Aun cuando ese asunto se arregló, las altas tarifas sobre bienes importados hechas con algodón del sur siguieron subiendo.  En 1833, el gobierno nacional tenía un enorme (para aquellos tiempos) superávit en la tesorería, que el Congreso, dominado por intereses del Norte, repartía entre estados del norte sin que un centavo fuese a parar a algún estado del sur. La discriminación era tan patente que el Presidente Buchanan notó en un discurso ante el Congreso en 1858, “El Sur no ha recibido su parte de dinero de la Tesorería, y una injusta discriminación se ha cometido contra él."

Estos cuantos ejemplos nos muestran que la estrangulación era la intención del Congreso. Para 1860, quedaba claro para los estados del sur que no había un Congreso para la totalidad de los Estados Unidos — sólo eran considerados los intereses del Norte.

La cuestión de la secesión trae muchas preguntas: ¿Era constitucional? ¿Se menciona la posibilidad de secesión en alguna parte de la Constitución? ¿Había algún estado tratado de separarse antes del conflicto entre el Norte y el Sur? De ser así ¿por qué? ¿Salvó el Presidente Lincoln a la Unión, como se afirma, o actuó de manera inconstitucional forzando el asunto? El Sr. Miller ocupa gran parte de este primer volumen explicando la cuestión de la secesión. Dicho brevemente, la Constitución no la prohíbe específicamente, ni siquiera menciona la posibilidad de secesión. Considerando la Décima Enmienda — aquélla que dice que todos los poderes que no estén reservados específicamente al gobierno federal corresponden a los estados — ya que la secesión no está prohibida, la conclusión lógica es que los estados individuales pueden separarse de la Unión en cualquier momento. Esto es lo que entendían los fundadores. Oigamos a James Madison, el “Padre de la Constitución”, exponiendo el hecho ante la convención constituyente, en respuesta a la propuesta de una enmienda que prohibiera la secesión (la cual fue votada en contra de manera unánime): “Una unión de los estados que contuviera tal ingrediente parecería más una declaración de guerra que la imposición de un castigo y probablemente sería considerada por la parte atacada como una disolución de todos los pactos anteriores por los cuales pudiera haber estado obligada.” (Debates ... Vol V). John Quincy Adams, en relación con el tema de secesión, manifestó en 1833, “sería mejor para los pueblos de estos estados desunidos separarse uno de otro en forma amigable que mantenerse unidos por coacción.”

Es interesante notar que ciertos dos hombres al otro lado del mundo estaban poniendo muy cercana atención a lo que pasaba en los Estados Unidos en 1860: Karl Marx y Friedrich Engels. Reconocieron que el Presidente Lincoln y el Norte estaban utilizando las mismas tácticas que recomendaba la obra de Marx, el Manifiesto Comunista, específicamente la coerción a punta de pistola. Este hecho será tratado más ampliamente en el Tomo III de esta serie. Hasta el mismo Alexander Hamilton, partidario de un gobierno federal fuerte, estaba en contra de una unión forzada.

Durante la guerra de 1812 con Inglaterra, los estados de la Nueva Inglaterra amenazaron con separarse de la Unión para acordar una paz por separado con la Gran Bretaña. El asunto fue resuelto sin una secesión, pero el derecho de esos estados de separarse nunca fue puesto en duda. Más adelante, en los 1850's había abolicionistas en Nueva Inglaterra que querían separarse de la Unión por la cuestión de la esclavitud. El gobierno de los Estados Unidos y la Constitución habían dejado que la esclavitud subsistiera durante demasiado tiempo, decían ellos. Se reunieron en Boston y quemaron ejemplares de la Constitución y repudiaron la Unión. Ningún castigo fue impuesto a estos protagonistas.

Un argumento que refuerza la constitucionalidad de la secesión es el punto, expuesto de manera muy clara por el Sr. Miller, de que los estados individuales existieron antes de la creación del gobierno federal. En otras palabras, los estados soberanos surgieron primero y luego se unieron a fin de crear el gobierno nacional. Dicho de otra forma, los estados hicieron la creatura de los Estados Unidos, el país. Por lo tanto, la creatura, el país, está subordinado a su creador, los estados. Siempre que habían entrado más estados a la Unión, primero habían existido como estados soberanos y luego fueron admitidos a la Unión por voluntad propia. Ya que cada estado es soberano, no puede ser detenido por la fuerza si desea salirse de la Unión. Este hecho es enfatizado una y otra vez por el autor.

La conclusión basada en estos dos puntos — el de que la secesión no está prohibida por la Constitución y el de que los estados individuales son soberanos por su propio derecho y que no se pretendía que estuvieran subordinados al gobierno nacional — es que estaba perfectamente dentro de los derechos de esos estados que quisieron dejar de ser parte de un país que los trataba como ciudadanos de segunda clase, el poder separarse pacíficamente de ese país.

El tema de la esclavitud es tocado en el Tomo I y desarrollado en el Tomo II. De manera que dejaremos esa discusión para la reseña del Tomo II.

El primer tomo de The Conflict Between the North and the South concluye con varios apéndices interesantes sobre temas pertinentes cubiertos en el cuerpo principal del libro. Todos ellos merecen una lectura muy atenta.

Segundo Tomo: El Norte, el Sur y la Esclavitud: Corrección de Distorsiones, Mitos y Tergiversaciones.

En este segundo tomo, corto pero repleto de información, el Sr. Miller dedica una larga introducción y el capítulo primero, a tratar el tema general de la esclavitud en sí misma. Es importante tener en cuenta que ésta no es una apología en favor de la esclavitud ni una racionalización de la misma. Simplemente presenta hechos y opiniones basadas en principios católicos que destruyen el pensamiento post- Ilustración, comúnmente aceptado sobre el tema. Además hace añicos de los mitos y mentiras descaradas referentes a la esclavitud en los estados sureños, que se han hecho pasar por historia durante toda la vida de la mayoría de los que estamos leyendo este artículo. Adicionalmente, nos enteraremos de algunos secretos bien guardados acerca del “Gran Emancipador”, que los historiadores convenientemente han descuidado incluir en libros que elogian su humanismo.

Volviendo al tema de una estructura jerárquica de los asuntos humanos, se nos recuerda otra vez que no fue hasta la llamada Ilustración cuando comenzó a considerarse a todos los hombres iguales. Un rápido inventario de nuestro propio círculo de amigos y conocidos nos dirá que unos son más listos, unos son más fuertes, unos tienen don de mando, otros son seguidores; o sea que todos tenemos talentos y habilidades diferentes. La Civilización en la Edad Media funcionó muy bien con base en una estructura jerárquica. Rousseau y los suyos destruyeron todo esto en la Revolución que puso a Francia, la hija mayor de la Iglesia, de rodillas. Siguió el resto de Europa. Debido a que Occidente sigue todavía en modo Rousseauano, nos esforzamos por tratar de igualar el resultado de todos para que nadie “se sienta” inferior. Pues bien, algunas personas son inferiores, y Dios los hizo para servir, en tanto que otros dirigen.

La estructura jerárquica tiene muchos ejemplos en las Sagradas Escrituras, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. Uno de los pasajes más discutido (y hasta considerado chocante) de San Pablo, está en su epístola a los Efesios, Capítulo 5, en la cual San Pablo exhorta a los cristianos a llevar una vida virtuosa; versículos 22 a 25 ”Que las mujeres se sometan a sus maridos como al Señor: porque el marido es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la Iglesia. Por lo tanto, así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también lo estén las mujeres a sus maridos en todas las cosas. Maridos, amen a su mujer así como Cristo también amó a la Iglesia y se entregó por ella.” El capítulo entero habla del sacramento del Matrimonio (como se ve claramente de la lectura) así como del sacramento del Bautismo, además de exhortar en contra de la fornicación, el adulterio y la codicia. En otra parte, San Pablo se refiere a sí mismo como “esclavo de Cristo.” De manera semejante ¿no nos llamamos nosotros mismos esclavos de Jesús a través de María?

Las ideas revolucionarias de la Ilustración han puesto de cabeza este orden jerárquico de cosas. En lugar de condenar la servidumbre ¿no da San Pablo instrucciones al esclavo Onésimo quien vino a verlo tratando de refugiarse de su amo, que se sometiera a él? San Pablo envía a Onésimo de regreso con Filemón, encargándole que se vuelva tan buen sirviente como pueda,para ganarse de esa manera la santidad (la cual se ganó). Un ejemplo final es dado por Nuestro Señor mismo cuando está con grilletes ante Pilatos, “No tendrías poder sobre mí si no te fuera dado de lo alto.” La Ley Natural y la doctrina católica nos enseñan que todo poder viene de Dios, aun el poder terreno. No fluye hacia arriba del pueblo, como los Americanos han sido enseñados. Esto es por qué en un gobierno católico un benévolo monarca católico es el gobernante natural.

El Sr. Miller incluye muchos datos sobre la parte sur de los Estados Unidos, que sorprenderán al lector promedio, a quien se le ha enseñado con los libros seculares de historia y por Hollywood acerca del brutal sistema de esclavitud que existía en el Sur. En primer lugar, los esclavos eran extremadamente caros. Ningún amo con buen sentido de negocios maltrataría a su mas costosa inversión. Se necesitaban hombres fuertes en la plantación para que el amo y el esclavo se ganaran la vida (y la de sus familiares); a cambio, los esclavos tenían habitaciones decentes, comida adecuada y ropa para ellos y sus familias. La jornada de trabajo no era tan larga que no tuvieran tiempo para interactuar con sus familias, y tenían sus días libres. Muchos adoptaron la religión de sus amos para poder asistir a los oficios de sus iglesias los domingos. Había mucha interacción social entre las razas, el esclavo y el libre, tanto dentro de la pequeña sociedad que constituía cada plantación, como entre los muchos negros libres que vivían en el Sur. La ley no permitía a los dueños de esclavos correr a ningún esclavo por enfermedad o vejez e incapacidad de trabajar. Tenían que ser cuidados de la misma manera como el amo trataba a su familia.

Contrastemos esto con las condiciones en los estados industriales norteños en los que ninguna persona blanca siquiera consideraría alguna forma de interacción social con los negros, libres o esclavos. En los estados del norte no había leyes contra el despido de esclavos viejos o enfermos, y de hecho sucedía con frecuencia. Y sí, había esclavos en el Norte.

No todo blanco en el Sur era propietario de esclavos. Por el contrario, la mayoría labraban sus granjas con la ayuda de sus propias familias o con peones contratados — que podían ser negros libres. De hecho, puede sorprenderles el que había negros libres que eran dueños de esclavos. Hasta había algunos indios dueños de esclavos negros. Hay tantas percepciones equivocadas sobre la esclavitud en el Sur y cómo eran tratados los esclavos, que sólo puedo recomendarles que consigan este pequeño tomo y lo lean muchas veces. (Puedo oir a algunos lectores decir “¡Vaya, ahora nos estás diciendo que la esclavitud era una gran cosa!” No. No estoy diciéndolo. Simplemente estoy enunciando las condiciones de la época.)

Hablemos ahora un poco del Gran Emancipador. Todos saben que Lincoln “liberó a los esclavos” por medio de la Proclamación de Emancipación ¿correcto? Piénsenlo otra vez. La Proclamación fue emitida en 1862 para que surtiera efectos en enero de 1863. ¿Fueron liberados todos los esclavos? ¡No! Los únicos esclavos liberados fueron aquéllos que vivían en los estados que “seguían en rebelión.” Los esclavos en los estados fronterizos de Kentucky, Delaware, Maryland, Missouri y Tennessee (donde no seguía la guerra) no fueron liberados. ¿Por qué no? Habría sido más fácil liberarlos ahí que en los estados donde seguía la lucha. La proclamación tampoco hizo ciudadanos de los esclavos liberados, ni proveía para el bienestar de los que se escaparan. En otras palabras, solamente aquellos esclavos cuyos estados seguían luchando por su independencia eran “libres.” Este fue un intento de justificar la guerra con la causa de la liberación de los esclavos y para alentar a los esclavos de los estados “rebeldes” a voltearse contra sus amos y unirse al enemigo. Qué sorpresa debe haberse llevado el Sr. Lincoln al ver que la mayoría no lo hizo; se quedaron a defender sus hogares.

De ninguna manera consideraba el Sr. Lincoln a la raza negra igual a la suya. En su debate con Stephen Douglas en Illinois "¿Liberarlos y hacerlos política y socialmente nuestros iguales? ... No podemos, pues, hacerlos iguales. No estoy ni jamás he estado a favor de hacer de los negros votantes o miembros de jurados, ni de calificarlos para un cargo. Estoy a favor de tener la posición superior asignada a la raza blanca.” En otra parte expresó su deseo de enviar a los esclavos negros a Liberia en el África o a otros lugares, tales como Haití, Panamá y Centroamérica. Como dirigente del movimiento “free-soil” en su estado, esperaba “mantener el Oeste blanco” evitando que la esclavitud se extendiera a los estados del oeste. En 1862, en un discurso a dirigentes negros en el Norte, dijo que ellos “no pertenecen a esta tierra de blancos” y que era “mejor para ambas razas, por lo tanto, el mantenerse separadas.” En nuestros días calificaríamos esas palabras como las de un supremacista blanco y de un racista recalcitrante.

Es cierto que debemos considerar la época. Los esclavos — y los obreros en general — no estaban bien educados. Tomaría tiempo desde el momento de su liberación para lograr que un hombre se valiera por sí mismo mediante adiestramiento y educación. Por lo tanto, quizás no debemos ser tan severos con el Sr. Lincoln.

[Nota: leímos en un artículo anterior (ver artículo sobre Pierre Toussaint en el mismo sitio) el ejemplo del esclavo haitiano Pierre Toussaint, ahora Siervo de Dios, que fue educado bien por su amo francés y que, cuando la familia del amo se mudó a Nueva York huyendo de la rebelión en Haiti, sostuvo a su amo y a su familia entera gracias a sus muchos talentos y vocaciones.]

El Sr. Miller ha logrado corregir muchos mitos y mentiras descaradas acerca de la esclavitud y su práctica en el Sur, y en el Norte también. Cientos de ejemplos interesantes hacen que este pequeño tomo bien valga la pena leerse.

Tomo Tercero: El Norte, el Sur, y las Políticas de Guerra de Lincoln


En éste, el tercero de los que pronto serán cuatro tomos, Adam Miller expone — sin miramientos — las políticas dictatoriales de guerra de nuestro Abraham Lincoln y el precio que el país pagó por ellas. Es una lectura difícil, no en el sentido de que sea difícil de entender ¡no! es demasiado fácil de entender, pero es difícil de creer que el mártir santificado, el "Honest Abe", haya hecho en realidad algunas de las cosas que se le atribuyen, antes y durante la guerra. La bibliografía del Sr. Miller, como la de sus dos primeros tomos, es extensa. Aun cuando ya había yo leído alguna de esta información en otras fuentes, me hallé leyendo con cándido horror de muchas de los hechos y políticas que describe.


Citemos algunos ejemplos:

  • En 1861, el Sr. Lincoln le declaró la guerra a los Estados Confederados sin el consentimiento del Congreso. La Constitución le otorga al Congreso, no al Presidente, la facultad de declarar una guerra (Artículo 1°, Sección 8). De hecho, la Constitución específicamente limita los poderes del ejecutivo, a fin de evitar que se concentre demasiado poder en las manos de una persona.
  • Suspendió el Writ of Habeas Corpus (análogo al derecho de amparo en la ley mexicana) y ordenó el arresto y prisión de miles de personas en el Norte que no habían violado ley alguna, negándoles defensa legal. Muchos de éstos eran editores de periódicos, que criticaban sus políticas. Estos actos, además, entrañaban la supresión de la libertad de expresión y de la libertad de prensa.
  • Invadió varios estados que él mismo declaraba que seguían siendo parte de la Unión. Si ésto último era cierto, su acción fue ilegal porque la Constitución declara que las tropas federales no pueden entrar a un estado individual salvo cuando ese estado en particular lo ha solicitado (Artículo 1°)
  • Separó la porción occidental de la Virginia convirtiéndola ilegalmente en un estado diferente. (Artículo IV)


Hay otras, por supuesto, que se exponen en detalle en el libro. Los estados sureños que formaban la Confederación simplemente querían separarse pacíficamente porque reconocían que siempre serían tratados como de segunda clase por el Congreso. No tenían un ejército ni una marina para conducir la guerra. Sin embargo, sí tenían lo necesario para convertirse en un país por separado. Hubo varios intentos para evitar la guerra mediante el logro de algún tipo de acuerdo pacífico, pero Lincoln nada quería de eso. Por lo tanto, la razón que dio para irse a la guerra — una horrible guerra de desgaste — fue la de “preservar le Unión”.

¿Guerra de desgaste? Vaya que sí, y de manera vehemente. Todos saben de “la marcha al mar de Sherman”. No fue sólo Atlanta que fue hecha cenizas. Las tropas tenían órdenes de llevar a efecto una táctica de tierra quemada — incendiar toda población, toda villa y todo cultivo; matar todo caballo, vaca, borrego,cabra o pollo que tuvieran a la vista. El propósito de tal total destrucción era dejar a la población civil sin nada qué comer o con qué ganarse la vida a fin de que se muriera de hambre. Y no fue sólo Sherman, sino la mayoría de los generales unionistas, que llevaron a efecto la misma política. El General Sheridan y sus tropas devastaron el bello Valle del Shenandoah. ¿Su filosofía? “El pueblo debe quedar sin nada más que sus ojos para llorar por la guerra.”

Lincoln, contrariamente a la impresión humanitaria que los americanos tienen de él, aprobó estas tácticas brutales de guerra. De hecho, envió a Sheridan un mensaje expresando “su admiración y agradecimiento personal por la operaciones en el Valle del Shenandoah de este mes.”

Civiles desarmados, incluidos mujeres y niños, fueron muertos a balazos al por mayor al comienzo de la guerra en Missouri, Baltimore, Carolina del Sur, Nueva Orleans y otros lugares. En 1862, la ciudad de Athens en Alabama, fue invadida por uno de los “generales pirómanos“ de Lincoln, Robert B. Turchin, nacido en Rusia, quien informó a sus soldados que cerraría los ojos por una hora mientras “se detenían” en esta ciudad. Al término de la hora, todo lucía en paz y quietud. No se reportó ningún incendio. Entonces Turchin dijo a sus tropas que cerraría ahora los ojos durante hora y media más. Siguiendo la insinuación, las tropas unionistas procedieron a saquear, robar y quemar la ciudad. Turchin fue entonces sometido a corte marcial y expulsado del ejército, ocurrencia rara para una práctica que había sido tan común. Al enterarse de esto Lincoln, premió al criminal restituyéndolo en su cargo y dándole un ascenso — lección bien entendida por otros generales de la Unión.

El general Turchin nos lleva a otro hecho poco conocido de esta horrible guerra: Muchos de los consejeros, generales y tropas de Lincoln eran extranjeros, principalmente refugiados de las revoluciones que se extendieron por Europa en 1848 . Estos hombres eran de los revolucionarios comunistas y socialistas tempranos que pusieron fuego a Europa en un intento de derrocar al “altar y al trono”. En otras palabras, eran francamsones revolucionarios, herederos de los ideales de la Revolución Francesa, exportando ahora su revolución a América. Había tantos de ellos, que se les llamaba colectivamente “The Forty Eighters” (los del cuarenta y ocho). Uno de los más conocidos de estos personajes fue Carl Shurz, un revolucionario prusiano que escapó a América vía Londres después del fracaso de los revolucionarios en Alemania. Fue la primera persona nacida en Alemania en ser electa al Senado de los Estados Unidos; sirvió como Secretario del Interior bajo la presidencia de Hayes y fue nombrado por Lincoln embajador en España. Él es sólo un ejemplo de la influencia que tuvieron estos revolucionarios alemanes y del este de Europa durante los años de la guerra y después. Había en el Ejército de la Unión muchos miles de soldados nacidos en el extranjero, la mayoría de ellos de corte revolucionario. Esos hombres se establecieron en el medio oeste, tierra de Lincoln y de su Partido Republicano. Se estima que hasta una cuarta parte del Ejército de la Unión había nacido en el extranjero, la mayoría de ellos en países de Europa del este. Marx y Engels observaban con interés su progreso en traer su revolución a América.

¿Puede dudarse de que nuestro país ha cambiado enormemente desde esa horrible guerra y desde la presidencia de Lincoln? Las recientes presidencias imperiales de los últimos jefes del ejecutivo son prueba de ello. Nuestro actual presidente es tan descarado con sus órdenes ejecutivas, que actúa más como un dictador auto nombrado que como un presidente constitucionalmente electo.

Un tema final cubierto por Adam Miller en el tercer tomo de la serie trata de las condiciones en los campos de prisioneros de guerra. Mucho se ha escrito de los horrores de Andersonville en Georgia, y efectivamente era un lugar terrible. Pero ¿cómo podían los Confederados alimentar a sus prisioneros unionistas si no tenían nada con qué alimentarse ellos mismos y sus familias cuando sus cultivos y sus ganados habían sido destruidos por el Ejército de la Unión? Cuando ofrecieron un intercambio de prisioneros y aun cuando ofrecieron el liberar prisioneros unionistas sin intercambio, les fue rehusado, casi como si quisieran que sus prisioneros se murieran de hambre. En los campos del Norte muchos prisioneros fueron dejados morir de hambre o de frío intencionalmente — forzados a caminar descalzos en la nieve y con harapos por toda ropa.

Las páginas de los Registros Oficiales de la Guerra de Rebelión están repletas de descripciones de las atrocidades que ocurrieron en Point Lookout, Maryland, en Johnson Island, en Camp Chase, Ohio, en Elmira, Nueva York, en la Prisión de Louisville, Kentucky, en Fort Pulaski, South Carolina, en Camp Douglass, Illinois, en la Prisión de Rock Island, Illinois, y en Fort Delaware. Ahí está consignado, de testimonios dados por los guardias de la Unión de esos lugares, que los prisioneros debían ser mantenidos en “condiciones de inanición” por órdenes del Secretario de Guerra Edwin M. Stanton. Tales órdenes habiendo sido aprobadas por el propio Presidente Lincoln. Los suministros enviados desde sus hogares a los hombres hambrientos eran abiertos delante de ellos y todo lo que tenía el aspecto de alimento era destruido ante sus ojos. Ésta no era sólo tortura física sino también psicológica. Un comandante de campo de prisioneros, el coronel William Hoffman, era tan experto en privar a sus prisioneros de alimento, cobijas y ropa, que devolvió una gran porción de su presupuesto a la Tesorería, en tanto que su “doctor” del campo de prisioneros se ufanaba de que mató más soldados Confederados en su hospital que cualquier regimiento del Ejército de la Unión.

¿Por qué no se encuentran estos hechos documentados en los “libros de historia”? ¿Por qué ha prendido el mito de un Lincoln benévolo? ¿Por qué no se sabe mejor el que esta guerra de desgaste contra los estados del Sur fue con la intención expresa de devastarlos? Como lo dijimos al principio, es el vencedor el que escribe la historia oficial.

Se encuentra mucho más en este tomo, como la actitud del Sr. Lincoln ante la raza negra y lo que deseaba para los esclavos liberados y para aquellos negros que eran hombres libres desde antes de la guerra. No es lo que nos ha sido enseñado.

Todos los tres tomos del libro del Sr. Miller contienen extensas bibliografías. Algunos de los libros citados son bastante recientes y ampliamente disponibles. Si quiere usted conocer la verdad, los hechos que no le enseñaron en la escuela, estos libros son un buen comienzo.



lunes, 3 de agosto de 2015

Los Americanos Compran el Programa Marxista de Planificación Familiar

Los Americanos Compran el Programa Marxista de Planificación Familiar

El plan de diez puntos de Marx y Engels para imponer el Comunismo incluye medidas drásticas contra la familia, que muchos americanos apoyan hoy en día.


por Paul Klengor

Traducido del inglés por Roberto Hope


Si nunca ha usted leído el “Manifiesto Comunista” de Karl Marx y Friedrich Engels, publicado en 1848, debería leerlo, especialmente ahora, Por cierto, leer esta horrorosa diatriba contra la naturaleza humana puede ser confuso, y no se diga insatisfactorio y enteramente inedificante. ¿Qué quieren decir los autores, por ejemplo, cuando claman, “¡Abolición de la familia!” Hasta los más radicales se inflaman ante esta infame propuesta de los comunistas.

Lo que Marx y Engels quisieron decir con abolición es cuestión debatible, la cual detallo en mi libro “Takedown: From Communists to Progressives, How the Left has Sabotaged Family and Marriage.”  (“Desmantelamiento. Cómo la Izquierda ha Saboteado la Familia y el Matrimonio.”) En él trato extensamente los puntos de vista intranquilizadores  que expresan los fundadores del  comunismo sobre la familia, el matrimonio, la sexualidad y demás.

Ellos son solamente una escala en una larga lista de izquierdistas, tales como Robert Owen, Charles Fournier, Vladimir Lenin, Leon Trotsky, Alexandra Kollontai, Margaret Sanger, Margaret Meade, Wilhelm Reich, Herbert Marcuse, Betty Friedan, Kate Millett, los Bolcheviques, la Escuela de Frankfurt de marxistas culturales, Mao Tse Tung, diversos radicales de los sesentas, desde Bill Ayers y Bernardine Dohm hasta Mark Rudd y Tom Hayden, pasando por grupos contemporáneos, como la campaña Beyond Marriage y varios activistas pro matrimonio homosexual —todos sólo para comenzar— que se han dedicado a transformar fundamentalmente el matrimonio y la familia natural, tradicional y bíblica.

Aun cuando varían en sus creencias, todos se ponen de punta ante la idea de un Dios o creador absoluto que ha establecido eternamente normas para el matrimonio de un hombre con una mujer y para la familia.  Los comunistas de hoy en día, en lugares tales como People's World, en la página de internet del Partido Comunista de los EUA, y aun en lugares que alguna vez fueron militantes anti-homosexuales, como la Cuba de Castro, están acogiendo el matrimonio homosexual como el vehículo largamente esperado que habían buscado por siglos para re-conformar, re-definir, y desmantelar el matrimonio natural-tradicional-bíblico —y para atacar a la religión y a los creyentes. Están fuera de sí en una mezcla de perplejidad y gozo de ver que la cultura general está finalmente con ellos ¡por fin! en uno de sus numerosos esfuerzos por re-definir la familia y el matrimonio.

Esto no significa, desde luego, que vaya usted a encontrar apoyo por el matrimonio homosexual en los escritos de Max y Engels. Por favor ¡no sea bobo! Ningún grupo de radicales a lo largo de los 2000 años del Occidente Judeo Cristiano jamás contempló eso. La mera fugaz contemplación, la mera noción momantánea, la más efímera fantasía de un hombre casándose legalmente con otro hombre (con una extendida aceptación cultural) en los años 1850s o los 1950's o tan recientemente como los 1980s y 1990s habrían sido objeto de mofa, como algo necio e incomprensible.

El odio de Marx y Engels hacia la familia
No obstante, a lo largo del camino que empujó a la civilización hasta este punto históricamente extremo, algunas fuerzas influyentes surgieron en la extrema izquierda que no pueden y no deben ser desdeñadas. Entre ciertos elementos había un radicalismo sexual pronunciado que podría decirse que ayudaron a pavimentar el camino, o por lo menos abrieron la brecha,  Unos de esos elementos fueron los neo-marxistas de la Escuela de Frankfurt, que tuvieron un impacto especialmente fuerte en las universidades americanas, particularmente en los años 60s.

Pero eso habría de venir más tarde, un siglo después de Marx y Engels. Para este artículo confinémonos a Marx y Engels. No puedo reiterar aquí lo que necesita muchas páginas para detallarse, pero, en pocas palabras, Marx y Engels no eran grandes fanáticos del matrimonio y la familia. “Bendito es quien no tiene familia", le escribió Marx a Engels, en lo que en el mejor de los casos estaba bromeando, (chistoso ¿no?)

Su semi-sociedad final fue un libro de 1884 que fue publicado por Engels un año después de la muerte de Marx. Intitulado “El Origen de la Familia”, en su prefacio Engels aclara que el libro reflejaba las opiniones de Marx. Engels afirma ahí que Marx había querido escribir esta obra particularmente importante y había producido extractos extensos hasta su muerte, los cuales Engels había reproducido en el libro, en el grado en que le era posible. De hecho, muchas de las ideas en “El Origen de la Familia” pueden encontrarse en la primera obra de Marx y Engels, “La Ideología Germana” que no fue publicada durante sus vidas. Los estudiosos de la obra están seguros de que “El Origen de la Familia” fue esencialmente obra conjunta de los dos fundadores del marxismo, un estudioso calificándolo de “una unidad y continuidad impresionante durante cuatro décadas en los esquemas básicos de sus pensamientos.”

Ahí y en otras partes, vemos, entre otras cosas, una ofensiva fanática por abolir todo derecho a la herencia, por acabar con la educación en el hogar y la educación religiosa, por disolver la monogamia en el matrimonio, por promover la actividad sexual pre- y extra-marital, por promover y “tolerar” (como lo expresó Engels) el “desarrollo gradual del ayuntamiento sexual irrestricto” por mujeres solteras, por nacionalizar todo trabajo del hogar, por pasar a las mujeres a las fábricas, por pasar a los niños a guarderías, por separar a los niños a colectivos comunitarios, separados de sus padres naturales, y principalmente por que la sociedad y el estado sean quienes críen y eduquen a los niños.

Como lo visualizó Engels, “la familia particular deja de ser la unidad económica de la sociedad. El trabajo doméstico privado pasa a ser transformado en una industria social. El cuidado y la educación de los niños se vuelve un asunto público. La sociedad cuida de todos los niños por igual, sean éstos legítimos o no.”

El plan de diez puntos de los comunistas para erradicar a las familias:
Algunas de estas ideas ya estaban emergiendo en “El Manifiesto Comunista”. En él Marx y Engels incluyeron un estremecedor pero revelador plan para su nuevo ideal de humanidad. Aquí va en citas directas:

  • Abolición de la propiedad de la tierra y la aplicación de todas las rentas de tierra a fines públicos
  • Un pesado impuesto sobre la renta, progresivo o graduado
  • La abolición de todo derecho a herencia
  • La confiscación de toda propiedad de emigrantes y de rebeldes
  • La centralización del crédito en las manos del estado por medio de un banco nacional con capital del estado y un monopolio exclusivo
  • Centralización de los medios de comunicación y de transporte en manos del estado
  • La extensión de las fábricas e instrumentos de producción propiedad del estado, la puesta en cultivo de las tierras ociosas y el mejoramiento de la tierra de acuerdo con un plan común
  • Obligación igual para todos de trabajar.
  • Abolición gradual de toda distinción entre campo y ciudad por medio de una distribución más equitativa de la población en el campo
  • La educación gratuita de los niños en escuelas públicas

Eso es lo que el Manifiesto Comunista en verdad dice y, lo que es peor, propone no para un país sino para todo el mundo. Es, obviamente, una receta para el despotismo, como lo reconoció el propio Marx como prefacio a sus diez puntos: “Desde luego, al principio, esto no podrá llevarse a efecto, excepto por medio de intrusiones despóticas”

El marxismo no fue secuestrado por déspotas; el marxismo exige déspotas. Sólo un iluso no se daría cuenta al instante, intuitivamente, que llevar a efecto esta visión, necesariamente habría de generar masivos derramemientos de sangre. Esto es por lo que, me imagino, la mayoría de los profesores marxistas no se atreven a encargar a sus alumnos a que lean el "Manifiesto Comunista." Sus estudiantes me dicen siempre “El Manifiesto Comunista es realmente un libro bastante bueno, con buenas ideas si simplemente se toma uno el tiempo de leerlo.” Mi respuesta: "¿De veras? ¿lo has leído? pues yo sí.” Esa respuesta siempre produce una mirada perdida.

Pero regresemos al tema del matrimonio y la familia. Nótese que varios de estos diez puntos del plan de Marx y Engels impactaría directamente a la familia. Vea los puntos uno, dos, tres nueve y diez. Resaltemos y comentemos algunos de ellos:

Cómo destruye el comunismo las familias
Nótese el llamado del punto tres a extinguir “todo derecho a herencia.” Marx y Engels vieron la herencia como una amenaza que perpetuaba el papel de la familia tadicional. ¿Cómo podía una sociedad sin clases garantizar la igualdad del ingreso cuando a algunas personas por su nacimiento se les daba mayor ingreso de sus padres que a otras?

Esto es irónico, dado que tanto Marx como Engels existían y operaban a costa de la herencia de Engels, que subsidiaba su trabajo, especialmente después de que Marx absorbió tanto dinero como pudo de sus propios padres, financieramente exhaustos, que quedaron amargados por la manera como él los explotó. La relación de Marx con sus padres era de plano parasítica. La madre de Marx abiertamente expresaba el deseo de que Marx dejara de escribir sobre el capital y comenzara a acumular un poco para él y su familia. No obstante ello, hicieron su recomendación de abolir todo derecho a herencia.

Por supuesto, el derecho a la herencia es parte del derecho a la propiedad privada, que Marx y Engels despreciaban. De hecho, el objetivo central del "Manifiesto Comunista” es precisamente ése. Los autores lo resumieron así: “.. la teoría de los Comunistas puede resumirse en uns sola oración: Abolición de la propiedad privada.”

El punto nueve del plan de diez puntos de Marx y Engels llamaba a “una gradual abolición de toda distinción entre ciudad y campo mediante una distribución más equitativa de la población en el campo.” Esto obvia y dolorosamente afectaba a las familias. Para los regímenes comunistas en naciones como Cambodia, esta "abolición gradual" tomó la forma de deportaciones masivas, inmediatas, de un día para otro, a punta de rifles automáticos, una acción drástica nauseabunda captada vivamente en la película The Killing Fields (Los Gritos del Silencio) de 1984.

Separar a los niños de sus padres
Otro que llevó este consejo al extremo fue Leonid Sabsovich, el principal planificador urbano bajo Lenin y Stalin. En una serie de influyentes escritos publicados por el Kremlin a finales de los años 1920s, Sabsovich abogaba por la total separación de los niños de sus padres, comenzando en los años más tiernos del desarrollo del infante. Sabsovich excoriaba a aquéllos que no estaban de acuerdo con esto: Aquéllos que veían su sugerencia de una separación total de los hijos de sus padres como algo anti-natural e indeseado eran unos cretinos anti-progresistas 'empapados en prejuicios de pequeña burguesía como los de la intelligentsia'; fanáticos intolerantes. Igualmente, como se esperaría de un izquierdista recalcitrante, abogaba por un poder absoluto del estado para aplastar a todo el que se pusiera en su camino.

Sabsovich insistía que debido a que el niño debía ser y era propiedad del estado, y no de la familia, el estado tenía el poder de obligar a los padres a pasar a sus críos a 'pueblos de niños' especialmente diseñados. Esos pueblos debían ser construidos 'a distancia de la familia.' Tales propuestas extremas para la familia de este comunista urbano se incorporarían a sus planes para crear la 'ciudad socialista ideal.'

Finalmente, y de manera breve, veamos el punto diez del gran plan de Marx y Engels: Proponían la 'educación gratuita' para todo niño en 'escuelas públicas.' Ya no más de lo que denunciaban como la 'sacrosanta correlación de padre e hijo' y 'las burradas burguesas acerca de la familia y la educación.' Sobre todo, decían Marx y Engels, “La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones tradicionales; no es de extrañarse que su desarrollo implique la ruptura más radical con las ideas tradicionales.” Efectivamente, no es de extrañarse.

Entre esas ideas, en su epicentro, estaba la ruptura con el matrimonio y la familia natural, tradicional y bíblica. Tenía que ser puesta en la mira. ¡Ay! Hasta ahora, dos siglos más tarde la familia está siendo redefinida. En lo que quizás sea la ruptura más radical de todas, aquéllos que están propugnando por la redefinición no son excéntricos filósofos ateos alemanes, sentados en cafés europeos, sino americanos normales de todos los días, el Sr. y la Sra. Convencional.

Lo que no sólo están proponiendo, sino vigorosamente y con frecuencia militantemente propugnando, es la peor ruptura radical de todas —tan radical, que Marx y Engels quedarían estupefactos del mero pensamiento acerca de dónde se encuentran los Estados Unidos y Occidente hoy en día, en lo referente al matrimonio del mismo sexo. Estamos penetrando un territorio enteramente nuevo en el largo, larguísimo trayecto de la historia humana, y los irruptores actúan como si no fuera para nada la gran cosa, por el contrario, pintan a aquéllos que se oponen al matrimonio homosexual como los extremistas y, por supuesto, como azusadores al odio.

Éste es un tiempo especialmente excitante para los izquierdistas extremos. Sin duda están extasiados con su éxito, y aún mas, por sus inesperados aliados en la cultura convencional. Están genuinamente transformando la naturaleza humana. Y lo están haciendo con el apoyo inconsciente de un enorme segmento de ciudadanos que no se dan cuenta de lo que está pasando. Esto ha estado acercándose desde hace mucho tiempo.