lunes, 5 de febrero de 2018

El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos, II

El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos

Americanismo = Herejía

Por el Dr. John Rao


Tomado de: http://www.traditionalcatholicpriest.com/
Traducido del inglés por Roberto Hope


Parte II



La Herejía Americanista

Estamos ahora en posición de definir el Americanismo. Americanismo es una religión que se ha desarrollado con la ayuda de ambos elementos principales del “alma” americana — el puritanismo secularizado y el conservadurismo anglo-sajón. El Americanismo es una religión que idolatra a los Estados Unidos como la encarnación de la visión puritana secularizada del paraíso. Es una religión que simultáneamente adora la insulsa unidad multi-funcional materialista que proviene del anhelo anglo-sajón por la estabilidad, y la integración. El Americanismo es una religión evangélica que desea que el resto del mundo sea convertido a sus doctrinas, y las predica bajo el título de Pluralismo. Aun cuando sus dogmas son tan irrefutables como los marxistas; aun cuando, inevitablemente revoluciona a las sociedades que controla, se disfraza como algo que no es otra cosa que un método práctico de alcanzar  la buena vida. El Americanismo combina sutilmente el carácter ideológico del puritanismo con el desdén anglo-sajón por las ideas. El patriotismo en los Estados Unidos es la devoción a esta compleja religión Americanista-Pluralista.

Examinemos los diferentes aspectos de esta religión en mayor detalle. La fortaleza del elemento puritano secularizado es indisputable. Pocos se atreven a desafiar la noción de que los Estados Unidos tienen la misión divina de proteger la libertad atomizada, el pluralismo y la democracia. La fe Americanista es evocada en toda ocasión ceremonial por todas y cada una de las facciones políticas en su propia y singular manera. Está grabada en los monumentos nacionales y en la leyenda patriótica. El culto conservador de la Constitución como un documento dado por Dios lo refleja. También lo hace la doctrina Monroe, la cual define que el Nuevo Mundo queda dentro de la esfera de influencia de los Estados Unidos, no por razón del interés propio, sino como un medio de forjar un segmento “verdaderamente libre” del globo terrestre. El simbolismo de la Estatua de la Libertad, la adulación del capitalismo sin restricciones y el espíritu que está detrás de la American Civil Liberties Union son distintas manifestaciones de la misma definición religiosa del fin y la gloria de los Estados Unidos. Además, la manera fideísta en que se enseña esta religión americana, una que no permite investigación ni discusión de los principios sobre los que se apoya, es tan clásicamente puritana como la influencia histórica de los “predicadores” — primero ministros y luego, en forma secularizada, profesores, psicólogos, periodistas, etc. — en la interpretación de la verdadera voluntad del individuo supuestamente autónomo.

Puritanos y puritanos secularizados que controlan los principales organismos educacionales y de propaganda en los Estados Unidos hicieron mucho por asegurar que penetrara la visión de una misión evangélica para los Estados Unidos, especialmente después de la derrota de la aristocracia sureña, cuyo carácter peculiar y desafortunado era un obstáculo para esto. No fue, sin embargo, el único factor que ayudó a esa penetración. De hecho, ciertas cualidades del esfuerzo de integración también contribuyeron indirectamente a fortalecer la visión del papel de los Estados Unidos en el mundo. Así, por ejemplo, los grupos de inmigrantes que llegaban estaban agradecidos en un buen sentido patriótico por los beneficios materiales reales que habían obtenido como resultado de ser aceptados aquí. Todos ellos estaban demasiado ignorantes del precio que en última instancia habrían de tener que pagar en términos de felicidad verdadera a cambio de la posibilidad de consumir bienes que realmente no necesitaban o que inicialmente no deseaban. Los Estados Unidos, para ellos, era la tierra de leche y miel. Como los poderes fácticos sostenían que la democracia atomizada y el pluralismo constituían el fondo esencial para esos beneficios, los inmigrantes dieron su genuino apoyo a la Religión Americana. Estaban demasiado cansados tratando de alcanzar el éxito, para darse cuenta de la farsa que en verdad era su supuesta libertad. El mito de la libertad americana se volvió su propio mito. También la insistencia “integracionista” en el trabajo y el éxito material, aun cuando no intrínsecamente anti-patriótico en el antiguo sentido de la palabra, ayudó en la práctica al puritanismo secular anti-patriótico. Forzó a los hombres a actuar como átomos, a bajar su mirada, de dirigirla Dios a dirigirla a sus pólizas de seguros, a alejarse de los centros de vida comunitaria, sin reparar acerca de los costos emocionales que ello implicaba, con tal de que pudieran ganarse un dólar en alguna otra parte. El constante recoger las pertenencias y partir, que por tanto tiempo ha sido una parte del llamado Estilo de Vida Americano, tenía que destruir la tradición, la autoridad y el sentido de entrega, en una manera que ayudó a la causa puritana secularizada.

Americanismo, sin embargo, también significa una devoción “religiosa” a las insulsas consecuencias del anhelo anglo-sajón de estabilidad. Implica no sólo una dedicación a la causa de la libertad atomizada, sino un rechazo de las ideas firmes y del comportamiento divisivo que puede resultar de ejercer realmente la libertad. El resultado ha sido que el Americanismo exige simultáneamente la dedicación a una diversidad atomizada y a una unanimidad integracionista. Aun cuando se encomia el individualismo, en realidad se espera que un americano lo evite como la plaga. El protocolo americano insiste en una danza macabra, un ritual insensato de regocijarse de la libertad pero amoldarse dócilmente como borregos, sea en política, en el trabajo, o en su comportamiento privado. La paradoja inherente ha sido aparentemente resuelta mediante el insistir en desviar la “creatividad” individual hacia el desarrollo de vulgares tonadillas publicitarias, de ropa unisex, y de fórmulas intelectuales generales e insípidas para todo, desde la filosofía hasta la política exterior. Aquéllos que siguen el patrón prescrito son elogiados por ser tanto, hombres con convicciones, como jugadores en equipo; a aquéllos que lo rechazan, se les ridiculiza para sacarlos fuera del escenario, o se les excluye de la sociedad de la gente decente por locos. Los extranjeros más viejos, expuestos a este horror, con frecuencia se desconciertan (aun cuando sus hijos han asimilado las lecciones y aprendido demasiado bien los pasos de la danza macabra.) La mayor parte de los americanos ni siquiera se dan cuenta, ni tampoco los extranjeros que han crecido bajo el hechizo desde que nacieron. El puritanismo secularizado ayuda indirectamente a la adulación de la unanimidad, exactamente igual como el sentido conservador anglo-sajón ayuda indirectamente al crecimiento de la atomización. Los filistinos y pervertidos que constituyen los paladines de la creatividad Americanista no sabrían lo que verdaderamente significa el individualismo aun si su vida dependiera de ello.

El Americanismo promovió una atomización que desdeñaba la verdadera vida comunitaria con su panoplia de autoridades y tradiciones, como la peor de las plagas. Esta atomización no entendía qué tan necesaria es la comunidad para salvar al hombre de la locura. Cuando esta atomización infectó la vida en el campo, donde ese respeto era grande muchas veces y donde quizás era más esencial, hizo la vida rural intolerablemente solitaria. Ahora ha creado el suburbio. Ha penalizado a aquéllos que se alejaron de la comunidad estructurada de la antigua ciudad, por la “libertad” del mundo exterior, con la miseria de las vidas gastadas en viajar en super carreteras y en recorrer centros comerciales sin alma. El afan por un espacio individual ha llevado a la creación de vastas extensiones de monotonía por todo el largo y ancho del territorio. De manera parecida, aquéllos que querían permanecer en las ciudades se veían forzados a excusarse de su comportamiento, refiriéndose a “necesidades personales”, “estilos de vida particulares”, y un espíritu de autosuficiencia igualmente corrupto. Este “individualismo” ha sido coronado con un insufrible y repulsivo afán por estar a la moda. Si el atomizado residente de los suburbios sigue a la manada de borregos en su vulgaridad, el que reside en la ciudad es como una máquina en su obsesión por las novedades culturales y pseudo intelectuales. El Americanismo en gran parte es un principio de muerte, de eutanasia de por vida. 

Son cuatro los principales problemas con el Americanismo, todos los cuales han sido mencionados arriba, y que ahora deben resumirse. El Americanismo es una religión falsa, un fideísmo disfrazado de ser meramente un método práctico de lograr la paz en medio de la diversidad y de alcanzar una vida libre y feliz. En vez de traer paz y libertad, asegura el triunfo de la voluntad vulgar e irracional. Este peligroso fideísmo destruye el patriotismo y la nación. Tiene el mismo efecto sobre la religión seria — especialmente sobre la religión verdadera, la fe católica. Examinemos cada uno de estos cuatro problemas en su orden.

El Americanista normalmente sostiene que el gobierno y el estilo de vida americano son simplemente caminos prácticos y efectivos hacia la felicidad humana. También insiste en que no son “doctrinarios” y que son de carácter “neutral” en virtud del hecho de que ofrecen a todo punto de vista posible una oportunidad de florecer. Pero hemos visto que éstas son falsificaciones de la realidad. América está atada al pluralismo, el cual es una forma evangélica del puritanismo secularizado, y esta moldeada por la tradición anglo-sajona también bajo presión de la inmigración. Este pluralismo echa abajo la dedicación a cualesquier otras ideas, estableciendo una armonía puramente materialista entre los pseudo-individualistas. Se ha vuelto uno de los medios más efectivos de opresión, reprimiendo, como dice Marcuse, a través de tolerarlo todo hasta el punto de quitarle todo significado y, consecuentemente, hasta su muerte. No comenzó para la humanidad con los Estados Unidos y la Constitución Americana ningún nuevo orden de eras que sea beneficioso. Lejos de proporcionar alguna forma de gracia especial para transformar a los hombres (lo cual sólo los sacramentos pueden dar), América y el Pluralismo Americano presentan un ejemplo de las funestas consecuencias lógicas de ciertas ideas y tendencias ya añejas, bajo las comprensibles pero lamentables circunstancias de la Historia Americana.

Pero lo que nos ocupa aquí es el hecho de que el Americanista ha hecho un acto de fe en la capacidad singular de las instituciones americanas de alcanzar el bien, y de que no se percata de que, en realidad, él se ha vuelto un ideólogo. Esta ceguera es enteramente comprensible. El Americanismo no parece ser una religión porque tuvo que adoptar el lenguaje del pragmatismo para florecer en un país anglo-sajón que desdeña las ideas. No parece ser una religión por la forma anglo-sajona, sutil, generalmente no coercitiva, en que hace su labor.

El hecho de que el Americanismo sea una religión, y que muchos americanos no vean detrás de esa pragmática máscara, es favorecido enormemente por su carácter fideísta. El fideísmo no es una fe que busque comprenderse como lo es el catolicismo, que es respetuoso tanto de la teología como de la filosofía, de la revelación y de la razón. El fideísmo, en cambio, prohíbe toda investigación de sus fundamentos medulares y de las dificultades que éstos plantean. Esto es precisamente lo que hace el Americanismo. Defiende y promueve la veneración de los Estados Unidos como Dios-Sacramento-Teología de la Liberación-Instrumento Pragmático, repudiando todo medio posible de investigar y criticar los diferentes aspectos del Estilo de Vida Americano. Uno requiere de todas las disciplinas, sobrenaturales y naturales, para exponer los errores del Americanismo, ya que ha desarrollado una malla de factores históricos, sociológicos y psicológicos. Pero el carácter bilateral del error — puritano secularizado y anglo-sajón conservador — que se combinaron y acabaron por fundirse en una fe fideísta disfrazada, opera en contra de un estudio completo de su esencia y forma de operación. Si uno ataca sus fallas lógicas sobre bases teológicas y filosóficas, responde refiriéndose a su naturaleza puramente pragmática, arguyendo que no debe tomarse a un nivel abstracto sino solamente como un método práctico para establecer la paz y la libertad en medio de las fallas irracionales de los acontecimientos humanos. Si uno toma en serio estos argumentos y encuentra defectos en el Americanismo a un nivel práctico y pragmático, sobre la base de sus frutos históricos, sociológicos y psicológicos, entonces apelan a su exaltado papel como el único medio de lograr la felicidad del género humano. Si uno entonces vuelve al ataque a un nivel abstracto, comparando la “verdad” del Americanismo con otras verdades, el pluralismo pragmático entra al quite denunciando los efectos divisivos prácticos de tal investigación. Exhorta a todo mundo a apartar su mente de las nubes y enfocarse en algo concreto, de sentido común y verdaderamente útil. Así pues, el desgraciado enemigo del Americanismo se ve llamado simultáneamente romántico, ingenuo, cínico, apático, perezoso, misantrópico, ansioso de desmoralizar a la gente sencilla, virtuosa y de sentido común y, para colmo, seguramente es también totalitario. El resultado es poner una venda sobre ojos de la gente. Insistir en que acepten como una doctrina irrebatible lo que los escritos Americanistas sostienen que son los Estados Unidos; al mismo tiempo que niegan que esas en verdad sean doctrinas, pero también al mismo tiempo que prohíben la utilización de todas las herramientas racionales que revelarían el fraude que está operando. La única herramienta “racional” que el fideísta permite usar a fin de entender y “criticar”al Americanismo es recitar los postulados mismos del Americanismo. Y éstos, por supuesto nada ofrecen más que elogios. 

Un segundo problema que debe ser subrayado aquí es que, en vez de dar paz y libertad, el Americanismo asegura el triunfo del tipo de voluntad baja e irracional que las destruye ¿Por qué? Básicamente por ese desdén hacia y hasta odio de las ideas y de la autoridad racional, que opera en el puritanismo, en el puritanismo secularizado así como en la mentalidad anglo-sajona, privada de una dirección católica consistente. Los que apoyan el Americanismo nos hacen referencia a los fundadores de los Estados Unidos, un estudio de los cuales realmente demuestra mucha de la dificultad. James Madison, en los Documentos Federalistas, habla con confianza sobre la capacidad de los Estados Unidos de lograr la paz debido a la “multiplicidad de facciones” que existen dentro de sus fronteras. Llega a argumentar que se promueva esta multiplicidad de facciones, ya que esa promoción tendrá como resultado el que ninguna facción podrá jamás adquirir poder sobre las demás. Una guerra permanente de todos contra todos va a inhibir y equilibrar a cada una de ellas, conduciéndolas hacia una mutua anulación, garantizando así el mantenimiento continuo del orden público existente (y a una aristocracia privada). 

Esta actitud presupone demasiado. En primer lugar, presupone que una sociedad humana puede, y quizás hasta debe, construirse sobre la base de una división, y no sólo una división, sino una lucha entre las partes divididas que no se permite que se concluya. La cuestión es, por supuesto, si a la larga ésto no habría de causar que los varios grupos, luchando entre ellos mismos, ya sea reconocer la inutilidad de su lucha y uniéndose para conseguir algunos objetivos opresores comunes, o adoptar nuevas tácticas imprevistas para conseguir su propia y desagradable victoria.

El considerar esta cuestión nos lleva a señalar otra falsa presunción que obraba entre los Fundadores, y que es importante para entender las fallas del argumento de Madison: la suficiencia de la visión dieciochesca anglo-sajona de “sentido común”, de la realidad para proteger un orden público que también es bueno. Como se dice arriba, esta visión de la realidad fue a su vez moldeada por el concepto puritano y puritano secularizado de la vida que entendía que los hombres son depravados, individuos atomizados en pugna con la autoridad. La apreciación entre los fundadores, de las consecuencias de este concepto bien pudiera haber estado limitada por la propensión anglo-sajona a no investigar las ideas demasiado seriamente, por la conservación de muchas antiguas formas externas en medio de un cambio negativo (como sucedió con la misma iglesia americana), y por resabios de influencias católicas o clásicas que siguen operando en la sociedad. Pudieran no haber deseado las consecuencias de estas ideas, pero sus deseos no son aquí el problema. La cuestión es si las ideas puritanas y puritanas secularizadas tienen consecuencias lógicas del tipo que he indicado; consecuencias que otros hombres pueden “desear” sacar y aplicar a la vida.

Y esto, como lo hemos visto, sí lo desean. La atomización del hombre y de la sociedad humana multiplica las facciones más y más. Las más comunes y exitosas de esas deseosas facciones son aquéllas que el sistema americano estaba dispuesto a producir por su historia (o sea, sexual, comercial y lunática). La misma razón es rechazada como guía ya que también se le considera una autoridad opresora. Todas estas facciones invocan sus voluntades irracionales para justificarse a sí mismas y sus estilos de vida, en tanto que el significado de “sentido común” se expande para permitirles hacerlo, ya que su supresión podría ser “divisiva” y trastornar la paz. En una lucha de voluntades irracionales, se usarán tácticas que podrían no ser “de sentido común” según  los Fundadores, pero que se juzgan que están bien en un mundo atomizado que expone a la gente a tentaciones perpetuas. Un partidario de los Fundadores es reducido a insistir que ésto no es lo que ellos querían que pasara — en otras palabras, es reducido a recurrir a su voluntad. Recurrir a la voluntad aun en su caso no es para sorprenderse dado que una investigación racional de lo que entendían por “sentido común” revela las semillas de los mismos males y frutos destructivos que ahora vemos a nuestro alrededor. Pero en la lucha entre la multiplicidad de facciones guiadas por voluntades irracionales, los más fuertes triunfan, y las facciones del siglo XX son a la vez más fuertes y más lógicas en su empecinamiento que aquéllos de los años 1700s. Por supuesto, los Americanistas nunca reconocerán la realidad de lo que está pasando a su alrededor. Seguirán refiriéndose a lo que dijeron y escribieron los Fundadores, sin tomar en consideración los factores que nos dicen lo que sus juicios realmente han significado en la práctica  Esconderán la verdad bajo el tapete por defender su fe fideísta, y de esa manera harán imposible ese anhelo cotidiano de actuar de manera justa, que arguyen se ha hecho innecesario por la apertura mecánica y las garantías constitucionales del pluralismo

En tercer lugar, el Americanismo destruye el patriotismo y la nación. Aquéllos que lo aceptan y que están verdaderamente interesados en las ideas tomarán en serio sus elementos puritanos secularizados, y verán que es su deber patriótico el apoyar a cualquiera que sea “dañado” por unos Estados Unidos que traicionen su “misión” de hacer libres a los pueblos. Por lo tanto, voluntariamente ayudarán a enemigos declarados del país en varias partes del mundo y a destruir a sus amigos constantes, si creen que aquéllos invocan el pluralismo y éstos lo rechazan. A pesar de horrendas consecuencias estratégicas, verdaderamente destructivas de la nación concreta ¡los ideales americanos y la pureza americana debe honrarse! mientras tanto, los americanos que entienden lo que verdaderamente es una nación y que quieren proteger a los Estados Unidos en sus legítimos intereses propios en un sentido tradicional, son descaminados por las influencias Americanistas hacia aguas peligrosas. Así, por ejemplo, presuponen que los deseos prácticos de toda otra nación deben doblegarse para encajar con los nuestros. Pues ¿no los Estados Unidos, por definición, defienden lo que es bueno? Podría, en ocasiones específicas. Pero aunque lo haga, uno debe siempre reconocer que hay también diferencias nacionales legítimas que durarán hasta el fin de los tiempos, y son precisamente estas distinciones que un verdadero sentido patriótico discierne y respeta en otros pueblos. A veces esos americanos creen que la única razón de nuestra lucha con la Unión Soviética eran nuestras diferentes instituciones políticas y sociales — ¡como si el exagerado poder militar ruso hubiera sido una mera nimiedad sin el Marxismo-Leninismo! El Americanismo los ciega al hecho de que las naciones lidiaban guerras desde antes de que existieran las ideologías y seguirán haciéndolo hasta que desaparezcan. Y, finalmente, hay verdaderos patriotas que son también respetuosos de la integridad de otras naciones. Para su sorpresa, descubren que toda la fuerza del mensaje Americanista está dirigido hacia ellos y a la expresión de su verdadero amor por la tierra y su interés por la independencia de todas las naciones ¿Por qué se sorprenden? Porque nadie les ha señalado la existencia del Americanismo

El resultado es que el Americanismo nos hace hombres sin patria, igual como nos hace hombres sin un estado con autoridad, sin una red de instituciones reales con tradiciones y esprit de corps, hombres sin una historia. El Americanismo busca reemplazar a la nación con una ideología, al patriotismo con una religión fideísta. Pero una ideología no puede tomar el lugar de una fe, el de un estado, el de una ciudad, el de una familia y el de todo lo demás de importancia para la vida de una nación; no puede tomar el lugar de una verdadera nación. Y por lo tando, deja al americano suspendido en un limbo que los Americanistas nos quieren hacer pensar que constituye un modelo del cosmos en conjunto.

Por último, recordemos que esta fe fideísta disfrazada de patriotismo es una cosa muy celosa que no puede tolerar competir con una verdadera religión. Por supuesto, nunca reconocería representar un problema para la religión, tal como tampoco reconocería ser un problema para la razón, precisamente porque no se ve a sí misma como es realmente. No obstante, labora ferozmente contra cualquier fe que la contradiga. No puede descansar hasta que ya ha vaciado toda sustancia de los credos que se le oponen. Pero al operar de la manera sutil como lo hace, prefiere destruir por la vía de la re-interpretación: permitiendo y aun promoviendo la supervivencia de sus opositores, siempre y cuando éstos redefinan sus creencias y sus objetivos siguiendo la línea pluralista Americanista. Y habría de hallar su oponente más serio en la Iglesia Católica Romana y su mayor victoria en conquistarla y taparle los ojos para producirle el mayor colapso.